lunes, 20 de diciembre de 2010

Rodolfo Valentino, un tipo punzante

Rodolfo Valentino fue lindo desde pibe.
Cuando tenía once o doce años, aunque era flaquito y más bien bajo, ya era visiblemente atractivo y las mujeres más cercanas, las amigas de la madre y una tía que era soltera y maestra, ya fantaseaban con disputarse al futuro macho.
Como no podían tratarlo como un adulto, optaban por tratarlo como un bebe. Subirlo a upa, acariciarlo con insistencia. Varias veces la tía intentó darle la teta, pero siempre los interrumpía la llegada del padre o la madre.
Estas mujeres lo sobaron, lo sobaron tanto que un día se calentó. Se calentó para siempre.
Rodolfo vivía al palo, pero él al palo, todo él, en esa actitud siempre dispuesta, erguido, tieso, con la cabeza redonda y brillante.
Era punzante, en todo el sentido de la palabra. Te pinchaba: con la mirada, con las palabras y -cuando menos lo pensabas- con la pija. Tal vez fuera necesaria una descripción de la renombrada poronga de Rodolfo Valentino, nunca tomada por la cámara de cine. Pero la verdad es que nadie la había mirado muy bien. Era tal el efecto del otro miembro, del gran miembro que era todo él, que cuando se desnudaba ya nadie tenía tiempo de examinar. Además, no solía desnudarse. Era un tipo de zaguanes, Rodolfo.

Al pibe lo pervirtieron con la franela, estaba cargado de estática y era incapaz de elegir. Lo tenías, lo cogías. Y en Hollywood ese siempre fue el talento más apreciado. Careteaban en cámara porque "quedaba mal" y porque nuestros bisabuelos eran unos giles que se conformaban con poco. Con ver una mina linda de cerca -el pajero de Horacio Quiroga escribió sobre el asunto- se conformaban. Pero nosotros no. Vamos a destapar la olla. Vamos a llenar el vacío con todo lo que nos quitaron.
Valentino las hizo todas en cuatro o cinco años. Hubo muchos tipos, también. Sacudió a los más femeninos, a los apresurados peteros (como negarse) y se dejó por un par de hombres fuertes. Dicen que Wallace Beery, pero... vaya uno a saber. No militaba en el putaje, pero podían inducirlo.
Provocaba algo extraño en las personas que lo rodeaban y no se convertían en sus parejas sexuales. Expresaba la necesidad, casi la obligación, del goce sexual en cualquiera de sus variantes. La presencia de Valentino, con su carita, con su ambiguedad y luego claro, la fama y la guita, era una interpelación, un ¿qué hacés ahí que no estás garchando? Con él o con otro, daba lo mismo. Te hacía sentir un boludo. Te movilizaba. Te despertaba.
Acaso los tipos punzantes sean necesarios, en este, y en todos los ámbitos de la vida.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Jugando con muñecos


Vamos recuperar todo el sexo perdido de los mitos de Hollywood. Raro es pensar que Ingrid Bergman tenía una concha. Raro es pensar en los petes que le habrá hecho a Rick en París.
Pero por lo menos se daban besos... Más misteriosa es la sexualidad de Sam, ponele. ¿Los negros no cogían? ¿Violadores o célibes? Imposible. Hay que escarbar ahí.
Algunos se preguntarán por qué no hablo de cine europeo. Porque no. Porque no, porque en el cine europeo abunda el desnudo, porque los tanos, los suecos y alemanes culorroto como Fassbinder se cansaron de mostrar tipos y minas en bolas, tirados, lánguidos y decadentes, tipo cuadro bizantino. Que se vayan a la mierda. Están pasados de rosca. En Europa hace tiempo que se cansaron de coger.
Prefiero los yanquis, por dos razones.
Una porque son reprimidos y pajeros sin remedio. Las divas con las tetas apretadas te cuentan que son vírgenes y que vienen de una granja de Kentucky, que son muy soñadoras y que quieren cambiar el mundo y te hacen sentir una basura porque querés sacudirlas. O tocarles el culo, por lo menos. Eso genera mucha violencia, mucho de todo. Eso es espectacular cuando revienta. Y va a reventar. Lo siguen inflando y va a reventar.
La otra razón es porque Hollywood es importante en el mundo, etc, etc. Porque sus "estrellas" (uff..) conforman ( uff...) la iconografía (ah...) de nuestra cultura. El sexo es cultura y educación.
Los de Hollywood no son hombres y mujeres, son muñecos. Si los cinéfilos los dejamos ahí, en la vitrina, somos verdaderos pelotudos, coleccionistas de estampillas, inventariando información que a nadie le calienta. Que a nadie le importa, que es lo mismo. Los PornoCinéfilos usamos los muñecos para jugar.
Agarramos la Deanna Troi, le dibujamos la concha con una microfibra y la frotamos con las manitos de Data, mientras Geordi La Forge se apoya a Picard. No hay drama, puede decir que se le rompió el visor y se confundió.
Jugamos con muñecos y hacemos que hagan lo que queremos.
Y lo que queremos es coger.

Coger y que los demás cojan, para no sentirnos solos.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El PornoCinéfilo: Introducción

Es un lugar común entre la gente inculta (y algunos cultos suicidas) decir que los intelectuales en general (y los CINÉFILOS en partícular) somos unos PAJEROS. Lo ofensivo es, por supuesto, la combinación de ambos rótulos y la relación necesaria entre ellos. En primer lugar, la mayoría de los pajeros no son cinéfilos ni intelectuales, eso está claro. En segundo lugar, sólo algunos (no todos) los cinéfilos son realmente pajeros. Yo, por ejemplo. Y vos, si entraste a este blog y llegaste a leer la cuarta linea.

Por la censura, el sistema de valores yanqui y cosas por el estilo, el sexo desapareció del cine de Hollywood entre los '30 y los '60 y como espectadores de los llamados  (uff...) Años Dorados nos quedamos sin sexo, sexo que abundaba cuando las cámaras se apagaban. Hombres, mujeres, trabas, enanos fenómenos de circo y republicanos cogían y se drogaban como locos. Pero las turcas de Jane Mansfield no podían imprimirse en celuloide.

Este espacio busca revertir el proceso, recuperar todo el sexo perdido, que como espectadores que somos, cinéfilos y pajeros, nunca debieron habernos negado.


Las famosas tetas de la Mansfield, que recibían más leche de la que daban. Sophia Loren mira de reojo y cree reconocer, en una curiosa gotita de semen cerca del pezón izquierdo de Jane, a su marido Carlo Ponti. Un groso el pelado.